S.O.S Auxilio

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S.O.S Auxilio

TACONES CERCANOS.

 

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Farragoso, de arena movediza, y con el miedo como compañero de viaje, así es el terreno que pisamos durante la adolescencia. Cinco años de bachillerato en los que el colegio al que asistimos define quiénes somos, a dónde vamos y con quién, en una etapa de la vida en la que guardarse las espaldas, a veces, no resulta suficiente. Durante la época del bachillerato se establecen las primeras jerarquías, se determinan las primeras castas y se agrupan las primeras tribus: los populares, los “malotes”, los guapos, los cerebritos, los nerds, los raros, los marginados… y demás etiquetas dentro de las cuales muchos chicos y chicas sobreviven a duras penas, porque hasta ser popular y guapo en el bachillerato requiere un esfuerzo de superhéroe. ¿Cuál es la mejor alternativa entonces? ¿Volverse invisible? ¿Anteponer al grupo a nuestra propia identidad? ¿Adherirnos como una lapa al más fuerte? Todas parecen opciones factibles para salir airoso de ese quinquenio en el que se vive peligrosamente; aunque, como queda claro en la serie juvenil “Por trece razones”, no todos los estudiantes lo consiguen.
“Por trece razones” es un puñetazo directo al corazón: una serie que nos restriega a los ojos los conflictos que padecen tantos jóvenes en los colegios del mundo entero; una historia donde se denuncia el bullying (el acoso escolar que ¡por fin! se reconoce como un delito) y que termina en una culpa colectiva por el suicidio de la protagonista Hanna Baker, una chica de 16 años alegre, bonita, buena hija… que tan sólo quería ser aceptada, pertenecer, tener amigos, sentirse en casa. Antes de suicidarse, Hanna graba trece casetes explicando sus razones; cada casete es una razón y cada razón una persona. Hanna denuncia al chico guapo que publicó una foto suya en ropa interior, a la amiga que la abandonó para unirse al grupo de las animadoras, al chico que la espiaba, al que la humilló en público, a la compañera que la utilizó para ascender en la jerarquía de los populares, la que jamás la escuchó, la que por cobardía permitió que abusaran de ella… Lo interesante de la serie es que Hanna no sólo acusa a los compañeros que la maltrataron, sino también a aquellos que no quisieron oír sus sordos gritos de auxilio. Concretamente, un orientador del colegio al que sus propios problemas (hijo recién nacido más esposa con depresión posparto) le impidieron entender que la chica hablaba en serio sobre su desencanto por la vida. Hanna también le echa la culpa a Clay, el coprotagonista, un chico tímido, raro, inteligente, amante de la poesía, al que Hanna hubiese amado profundamente si él se hubiese atrevido a protegerla. Tema a discutir es la absoluta ausencia de responsabilidad de los padres, quienes son los últimos en escuchar los casetes, y vivían convencidos de que sus único cometido era sacar adelante la farmacia que regentaban, y que tenían una hija la mar de feliz en casa.
La serie de televisión toca un tema peliagudo. El suicido, aunque con dedicatoria, siempre implica una decisión personal, una auténtica incapacidad de llevar adelante la propia vida. Y muchos de ustedes pensarán que si nosotros hemos logrado sobrevivir a todo eso y más… ¿qué es lo que les ocurre a los chicos de ahora? ¿Por qué se dejan vencer sin luchar? Un querido amigo psiquiatra sostiene que “no se trata de problemas grandes o pequeños, sino de gente más o menos sensible a ellos”. Y, por otra parte… ¿qué habría sido de nuestra generación si hubiésemos tenido una herramienta para promover el escarnio, la humillación y la vergüenza como el WhatsApp o las redes sociales? ¿Cómo habríamos tapado las venganzas personales vía ciberespacio? ¿Cómo contenernos de gritarle al mundo (con algún indecente pantallazo) que “fulanita de tal” nos ha traicionado?
“Nuestra generación pasó por lo mismo y aquí estamos”, diría un buen amigo. Y yo me pregunto, ¿cómo estamos todos? Para muestra basta un botón: a la supermodelo, un ángel de Victoria Secrets, le cuesta olvidar que fue la gordita de la que se mofaban en el bachillerato; el “malote del colegio” no entiende por qué lo despiden de todos los trabajos y cómo es que el nerd de la clase acabó siendo su jefe; el nerd, millonario, aún teme acercarse a las rubias altas y esclaviza a los deportistas fornidos; y la chica tímida, que ahora es una gran empresaria que pisa fuerte y seguro, todavía siente en su cabeza un susurro de burlas cuando debe hablar en público. Así están las cosas, mis queridos lectores. Visto lo visto: ¡Nunca terminaremos de cuidarnos las espaldas!

EDITORIAL.

“Podemos imaginarlo todo, predecirlo todo, salvo hasta dónde podemos hundirnos”.

EMIL CIORAN

Gabriela Llanos 1

ESCENA EXTERIOR: DÍA. PLANO GENERAL DE UN CHICO EN BICICLETA POR UNA CALLE CONCURRIDA. Con el cabello corto y oscuro, delgado, de unos 17 años, el chico pedalea de manera mecánica sin aparentes deseos de llegar a ninguna parte. Se detiene en la entrada de su casa. Deja la bicicleta y descubre una caja de cartón sobre la alfombrilla de la puerta. La recoge y sube en silencio hasta su habitación. La abre. Con desconcierto advierte que se trata de una cantidad de cintas de audio, los antiguos casetes, trece en total, enumerados por cada una de las caras con laca de uñas color azul. No sabe qué hacer. Se dirige al sótano. Rebusca hasta hallar el viejo reproductor de su padre. Introduce un casete, la cara A del número 1, y le da al play. “Hola, soy Hanna, Hanna Baker”, escucha el chico sintiendo que su corazón late a gran velocidad. “Ponte cómodo porque estoy a punto de contarte la historia de mi vida, mejor dicho, la razón de por qué mi vida terminó. Si estás escuchando esto, tu nombre saldrá en una de las cintas; eres una de las razones”. El chico detiene con violencia el reproductor, que termina roto en el suelo. Intenta levantarse… pero sus piernas ya no le responden. (“POR TRECE RAZONES”. SERIE DE SELENA GÓMEZ)

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Periodista y escritora… o viceversa

Militante acérrima del humor, fundamentalista de la curiosidad y defensora a ultranza del sentido poco común del común de las mujeres